Actualidad Vender el Nuevo Testamento

La escena de hoy la narra la Segunda Vida de Celano en su número 291: Una pobre mujer, madre de dos religiosos franciscanos compañeros de Francisco, en su extrema necesidad, viene a pedir algo a las puertas del convento.

Es una casa franciscana, pobre. Pero, por extraño que resulte, tiene un bien de valor: un Nuevo Testamento.
Tengamos en cuenta que en la Edad Media un libro tenía el valor aproximado de un caballo de tiro. Por eso hay autores que se extrañan de que en un humilde convento como los de las primeras comunidades franciscanas hubiera tal libro, tan valioso. Pero Celano dice que estaba allí ese libro.

Vender el Nuevo Testamento.
Francisco ordena al superior de la casa: “Da a nuestra madre el Nuevo Testamento, para que lo venda y remedie su necesidad, ya que en el mismo se nos amonesta que socorramos a los pobres. Creo por cierto que agradará más a Dios el don que la lectura” (2 Cel 91).
Vender el Nuevo Testamento para socorrer a una pobre, he ahí la intuición profética de un creyente.

El Papa Francisco dice que San Francisco es “ejemplo por excelencia de lo que es débil y de una ecología integral vivida con alegría y autenticidad…En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior” (LS’ 10).
La justicia con los pobres. Eso es lo que Francisco tiene siempre entre ceja y ceja. Por esto la osadía de vender la Palabra para hacer un poco de justicia.

Ya lo dijo la Patrística (San Basilio) y, años después de Francisco, san Vicente de Paúl: “Habría que vender los cálices de las iglesias para socorrer a los pobres”: Ya lo dice el mismo Papa Francisco “Ojalá tengamos que vender las iglesias para dar de comer a los pobres”.

Hay que cambiar la manera de pensar, las referencias, el paradigma.
Creemos que Dios en honrado en objetos de valor, en libros hermosos o en retablos artísticos. Todo eso, por más que se dore la píldora, es secundario. Lo decisivo es el bien de los pobres. Si ellos son nuestros “amos”, a ellos habría de servir con esa clase de bienes.
Que la humildad, la sencillez y la pobreza sea norma de nuestros objetos y lugares religiosos. Y que todo el esfuerzo se vierta en la solidaridad, en el amor y en la justicia. Mientras esto quede lejos, está lejos todavía el anhelo más profundo de Jesús de Nazaret.

Fidel Aizpurúa

(Esta información se incluye en el número correspondiente a enero de 2018 de "El Mensajero de San Antonio")

Unos minutos con Jesús Mari Bezunartea, colaborador de la revista

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Yo soy un fraile capuchino, sacerdote desde hace 51 años; han sido los dos ideales conscientes de mi vida desde que tuve uso de razón. Conocí a los Capuchinos cuando tenía 4 años y no quise saber de otra forma de vida que la que veía e intuía en los frailes que conocí desde esos años en el pueblo donde vivía –Isuerre, norte de Zaragoza-

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